Martin Scorsese. Su nombre ya es sinónimo de la palabra ‘maestro’.
Un poseedor del saber cinematográfico, un tipo cuasi infalible en su capacidad de enseñar al público los secretos desconocidos del séptimo arte.
Pero los maestros también se equivocan.
No me entendiendan mal, ‘Shutter Island’ se ha archivado en mi sesera cinéfila como una peliculaza desde su primer minuto hasta el final.
Recurriendo al habitual símil deportivo, Scorsese juega indiscutiblemente en otra liga, y cualquier largometraje que lleve su denominación de origen debajo del crédito de ‘Dirigida por’, será mucho mejor que el filme de cualquier aspirantucho a instructor de cine.
Lo que ocurre es que los maestros son mortales, y para mí el tite ha caído esta vez en una tentación terrenal muy grande: comercializar su creación, buscar la universalidad de la cinta, el beneplácito de la totalidad del espectador, experto y aficionado.
Así que la dualidad en la que se mueve el filme, entre ese ARTE en estado purísimo que maneja en gran parte del metraje de este filme, arriesgado, y los ramalazos del más bodrio de los thrillers baratos de Hollywood, choca, e incluso molesta.
En cualquier otro cineasta de medio pelo nos daría igual esta mezcla tan comercial, pero a Scorsese no se lo van perdonar. Así que el calificativo de ‘obra menor’ se lo han colocado ya como un estigma.
Está claro que donde más se cebarán las críticas será en el guión.
Aunque no creo que los supuestos agujeros del guión tengan la culpa de que Martin haya pecado coqueteando con el cine ‘fast food’ y que, por tanto, ‘Shutter Island’ no sea una obra maestra, con mayúsculas.
Es más, no creo ni tan siquiera que aquellos agujeros lo sean realmente. Ya lo entenderan
Scorsese está jugando con nosotros continuamente como espectadores, desde la primerísima escena de la película, a base de confundirnos con lo que está contando, haciéndonos dudar de lo que vemos; y hasta que no llega el final no sabran comprender qué es lo que ha ocurrido en esos 138 minutos de paranoia.
En ese sentido dejenme que no profundice en detalles de la trama, porque sería inevitable desvelar puntos claves de su desarrollo y desenlace.
Un poseedor del saber cinematográfico, un tipo cuasi infalible en su capacidad de enseñar al público los secretos desconocidos del séptimo arte.
Pero los maestros también se equivocan.
No me entendiendan mal, ‘Shutter Island’ se ha archivado en mi sesera cinéfila como una peliculaza desde su primer minuto hasta el final.
Recurriendo al habitual símil deportivo, Scorsese juega indiscutiblemente en otra liga, y cualquier largometraje que lleve su denominación de origen debajo del crédito de ‘Dirigida por’, será mucho mejor que el filme de cualquier aspirantucho a instructor de cine.
Lo que ocurre es que los maestros son mortales, y para mí el tite ha caído esta vez en una tentación terrenal muy grande: comercializar su creación, buscar la universalidad de la cinta, el beneplácito de la totalidad del espectador, experto y aficionado.
Así que la dualidad en la que se mueve el filme, entre ese ARTE en estado purísimo que maneja en gran parte del metraje de este filme, arriesgado, y los ramalazos del más bodrio de los thrillers baratos de Hollywood, choca, e incluso molesta.
En cualquier otro cineasta de medio pelo nos daría igual esta mezcla tan comercial, pero a Scorsese no se lo van perdonar. Así que el calificativo de ‘obra menor’ se lo han colocado ya como un estigma.
Está claro que donde más se cebarán las críticas será en el guión.
Aunque no creo que los supuestos agujeros del guión tengan la culpa de que Martin haya pecado coqueteando con el cine ‘fast food’ y que, por tanto, ‘Shutter Island’ no sea una obra maestra, con mayúsculas.
Es más, no creo ni tan siquiera que aquellos agujeros lo sean realmente. Ya lo entenderan
Scorsese está jugando con nosotros continuamente como espectadores, desde la primerísima escena de la película, a base de confundirnos con lo que está contando, haciéndonos dudar de lo que vemos; y hasta que no llega el final no sabran comprender qué es lo que ha ocurrido en esos 138 minutos de paranoia.
En ese sentido dejenme que no profundice en detalles de la trama, porque sería inevitable desvelar puntos claves de su desarrollo y desenlace.
Basta con que sepan lo básico: Año 1954. Dos policías federales, Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) llegan a ‘Shutter Island’, en donde se ubica el Hospital Ashecliffe para Criminales Trastornados, con el fin de investigar la extraña desaparición de una asesina psicópata que estaba internada en el centro.
Nada más.
Tampoco creo que se trate de que Martin se haya alejado de su temática habitual, el thriller gangsteril, para adentrarse en el cine de suspense psicológico, e incluso de terror gótico. Porque este género ya lo manejó con ‘El Cabo del Miedo’, y le salió otra peliculaza.
Aquí da un paso magistral en aquella incursión hacia lo ‘tenebroso’. Y lo hace sin enseñar casquería, al contrario de lo haría cualquier otro realizador con recursos para rellenar sólo una nota de la compra. Para eso es un maestro.
Tira de experiencia detrás de la cámara, y visualmente consigue que haya escenas en las que traspasemos la línea de la cordura, y caigamos en esa locura, literalmente hablando, que nos dificulta distinguir entre cuál es la realidad y cuál es la ficción.
A base de flashbacks a modo de ¿delirios?, ¿visiones?, ¿sueños? del protagonista, con un surrealismo irreconocible en la obra de Martin, y una fotografía acojonante de claro homenaje a los clásicos del cine negro de los 50, entre noir y expresionista, con claroscuros y tenebrismo a tutiplén, va atrapando el interés por lo que realmente ocurre y sembrando dudas sobre lo que se ve.
La banda sonora pretende ser un acompañamiento igualmente estremecedor, cargada de acordes que recuerdan a las obras musicales de Bernard Herrmann, habitual de Alfred Hitchcock, y resulta eficaz para crear la atmosfera deseada si consideramos que su descompasamiento con la acción forma parte de aquel surrealismo imperante.
Por cierto, si no fuera porque tienen el toque final marca Scorsese, Hitchcock podría haber firmado algunas de esas escenas; y, depende de quien lo piense, esta afirmación puede ser un halago o una puya.
Tampoco es una cuestión del reparto, porque su trabajo es intachable. Me ahorro piropos a Leonardo DiCaprio, porque serían los de costumbre. El equipo que hace con Scorsese tiene el mismo resultado que el de Burton con Depp. Son dinamita pura. DiCaprio es una de las razones de que esta película esté a otro nivel.
Y luego el resto de plantel, cuyos nombres los podemos recitar como si fueran los del campeón de la Champion League, se desfogan por hacer la mejor de sus interpretaciones. Ben Kingsley, Mark Ruffalo, Ben Kingsley, Michelle Williams, Patricia Clarkson, Max von Sydow, Elias Koteas, y el gran Jackie Earle Haley (increible), están arrolladores en la parcela que les ha encomendado Martin.
Así que no sé cómo explicarlo.
Son pequeños detalles los que restan excelencia a ‘Shutter Island’. Momentos visuales demasiado artificiales, forzando la teatralidad, giros previsibles, momentos concretos en los que la narrativa se dispersa más allá de esta citada locura, y los topicazos del género cantan el plegamiento al lado ‘oscuro’ comercial.
Creo que la culpa la tiene su montaje, que a veces es absolutamente demencial, nunca mejor dicho.
Por Dios, no se puede ir a 1000 por hora, apabullando al público con ARTE en su máxima expresión y luego frenar la brillantez con retales de transición sacados del manual del thriller comercial USA más pésimo, que no denotan otra cosa que una bajada de pantalones ante el vil dólar.
Y que encima deslucen un final, que a muchos les podrá parecer también previsible, a la par que incomprensible.
Si se hubiera sabido manejar correctamente el material de esta película, que a ratos parecía que se les había ido de las manos, posiblemente habríamos estado ante un delicatessen sumum.
Aún así, la película pertenece a la lista de ‘imperdibles’. Está a otro nivel, y eso no hay quien se lo niegue al tite. Más de uno mataría por tener esta pedazo de ‘obra menor’ en su currículum.
Nada más.
Tampoco creo que se trate de que Martin se haya alejado de su temática habitual, el thriller gangsteril, para adentrarse en el cine de suspense psicológico, e incluso de terror gótico. Porque este género ya lo manejó con ‘El Cabo del Miedo’, y le salió otra peliculaza.
Aquí da un paso magistral en aquella incursión hacia lo ‘tenebroso’. Y lo hace sin enseñar casquería, al contrario de lo haría cualquier otro realizador con recursos para rellenar sólo una nota de la compra. Para eso es un maestro.
Tira de experiencia detrás de la cámara, y visualmente consigue que haya escenas en las que traspasemos la línea de la cordura, y caigamos en esa locura, literalmente hablando, que nos dificulta distinguir entre cuál es la realidad y cuál es la ficción.
A base de flashbacks a modo de ¿delirios?, ¿visiones?, ¿sueños? del protagonista, con un surrealismo irreconocible en la obra de Martin, y una fotografía acojonante de claro homenaje a los clásicos del cine negro de los 50, entre noir y expresionista, con claroscuros y tenebrismo a tutiplén, va atrapando el interés por lo que realmente ocurre y sembrando dudas sobre lo que se ve.
La banda sonora pretende ser un acompañamiento igualmente estremecedor, cargada de acordes que recuerdan a las obras musicales de Bernard Herrmann, habitual de Alfred Hitchcock, y resulta eficaz para crear la atmosfera deseada si consideramos que su descompasamiento con la acción forma parte de aquel surrealismo imperante.
Por cierto, si no fuera porque tienen el toque final marca Scorsese, Hitchcock podría haber firmado algunas de esas escenas; y, depende de quien lo piense, esta afirmación puede ser un halago o una puya.
Tampoco es una cuestión del reparto, porque su trabajo es intachable. Me ahorro piropos a Leonardo DiCaprio, porque serían los de costumbre. El equipo que hace con Scorsese tiene el mismo resultado que el de Burton con Depp. Son dinamita pura. DiCaprio es una de las razones de que esta película esté a otro nivel.
Y luego el resto de plantel, cuyos nombres los podemos recitar como si fueran los del campeón de la Champion League, se desfogan por hacer la mejor de sus interpretaciones. Ben Kingsley, Mark Ruffalo, Ben Kingsley, Michelle Williams, Patricia Clarkson, Max von Sydow, Elias Koteas, y el gran Jackie Earle Haley (increible), están arrolladores en la parcela que les ha encomendado Martin.
Así que no sé cómo explicarlo.
Son pequeños detalles los que restan excelencia a ‘Shutter Island’. Momentos visuales demasiado artificiales, forzando la teatralidad, giros previsibles, momentos concretos en los que la narrativa se dispersa más allá de esta citada locura, y los topicazos del género cantan el plegamiento al lado ‘oscuro’ comercial.
Creo que la culpa la tiene su montaje, que a veces es absolutamente demencial, nunca mejor dicho.
Por Dios, no se puede ir a 1000 por hora, apabullando al público con ARTE en su máxima expresión y luego frenar la brillantez con retales de transición sacados del manual del thriller comercial USA más pésimo, que no denotan otra cosa que una bajada de pantalones ante el vil dólar.
Y que encima deslucen un final, que a muchos les podrá parecer también previsible, a la par que incomprensible.
Si se hubiera sabido manejar correctamente el material de esta película, que a ratos parecía que se les había ido de las manos, posiblemente habríamos estado ante un delicatessen sumum.
Aún así, la película pertenece a la lista de ‘imperdibles’. Está a otro nivel, y eso no hay quien se lo niegue al tite. Más de uno mataría por tener esta pedazo de ‘obra menor’ en su currículum.
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